Olympo Morales Benítez, Director de la Especialización en Derechos de Autor, Propiedad Industrial y Nuevas Tecnologías de Areandina
Las plataformas digitales han cambiado la forma en que se distribuye y consume la música, el cine y el arte manteniendo la armonía entre creadores de contenido y su audiencia.
Hoy en día, tenemos el acceso a manifestaciones culturales como la música, las artes plásticas, el cine y la televisión como nunca había sido posible. Tan solo en YouTube, diariamente se ven cinco mil millones de videos.
En contraste, hace unos años si queríamos disfrutar de una canción en particular de algún artista, debíamos encargar su disco, esperarlo, y rogar para que en él, viniese la canción que esperábamos, o si deseábamos ver una película o una serie de nuevo, se debía esperar a que esta fuese nuevamente exhibida en cine, o retransmitida por algún canal de televisión. Internet ha masificado la posibilidad de acceder a todo tipo de contenidos audiovisuales desde cualquier parte del mundo y con alta calidad.
Sin embargo, la aparición de estas plataformas ha generado un agitado debate jurídico y social; ya que a fines del siglo XX e inicios del XXI, comenzó toda una revolución digital y audiovisual. Entonces, el mercado se llenó de bandas musicales de diversos géneros, así como películas llenas de efectos digitales que incentivaban la imaginación.
El problema era que, en muchas ocasiones, el acceso a estos contenidos era limitado pues las personas debían tener los recursos para comprar los discos de vinilo, DVD y casetes; además también debían comprar los dispositivos digitales como equipos de sonido y de vídeo, que en muchas ocasiones tenían precios inaccesibles.
A su vez, los cineastas y músicos, también reclamaban pues no tenían oportunidad de obtener beneficios de sus creaciones. Por ejemplo, una de las principales bandas de rock, Metallica, reclamaba a fines de los noventa que sus ingresos se habían visto mermados por cuenta de la piratería que era alentada por sitios web como Napster que fue la primera plataforma que permitió el intercambio de archivos MP3.
De igual manera, las productoras de Hollywood manifestaban que estaban perdiendo dinero pues las personas preferían comprar la edición falsificada de la película, en lugar de comprar la original en una librería.
Es decir, resurgió una tensión entre el derecho a la cultura que tienen los ciudadanos y el derecho que tienen los creadores a recibir un reconocimiento social o monetario por sus invenciones. Ya que los derechos de autor, como un instrumento que permite establecer una regulación y un equilibrio entre ambos derechos, nacieron un siglo antes en el Convenio de Berna de 1886, la llegada de los avances tecnológicos no solo aviva un viejo debate sino que además requiere de nuevas soluciones.
Fue en este escenario que aparecieron las plataformas de serif">streaming (páginas de internet que funcionan como enormes repositorios de información y contenidos audiovisuales), como una manera de atender tanto las demandas del público como las de los artistas que necesitaban una manera de monetizar sus contenidos en la era digital. Hoy en día, una persona solo necesita estar registrada en una de ellas para acceder a los contenidos que tiene a cambio de una módica cuota que es debitada periódicamente de su tarjeta de crédito.
De esta manera, la plataforma cumple una función importante en dos sentidos: por un lado, permite a los ciudadanos acceder con alta calidad audiovisual a un sinnúmero de películas, canciones, series y documentales; por otro lado, registra la cantidad de veces que se consulta una obra, garantizando que el creador (cineasta, músico), pueda recibir la compensación monetaria o el reconocimiento social merecido.
Esto por esto, que a futuro serán tan importantes las alianzas tecnológicas entre creadores y expertos en computación e inteligencia artificial, con el fin de desarrollar mejores plataformas, con más contenidos para el público y que le permita a los creadores seguir recibiendo el reconocimiento que merecen y ofreciendo al público contenido de primera clase.